jueves, 7 de abril de 2011

Premonición

 Este texto lo escribí hace casi un año, pero creo que es bastante adecuado para éste momento de mi vida. Nunca ha habido terceras personas, sigue sin haberlas. Pero ésta es la mejor manera que tengo de expresar mis sentimientos ahora mismo. Lo siento mucho.


La última vez que nos habíamos visto había sido tan distinta…  Aquélla vez yo llevaba fuera cinco meses. Me sentía tan sola, tan perdida… Le había echado tanto de menos. El reencuentro fue mágico. Ambos ansiábamos vernos, besarnos los labios, acariciarnos la piel, sentir el contacto. Sus ojos. Aprovechamos al máximo el poco tiempo del que disponíamos juntos. Sé que volví a irme con una sonrisa, pero también fui consciente de que algo nos había alejado, nos habíamos sentido tan distantes el uno del otro que necesitábamos el contacto para tapar ese agujero.

Nunca dudé de quererle. Ni siquiera ahora lo hago.

Pero este nuevo reencuentro iba a ser tan distinto… Seis meses después de la última vez que le había visto, me encontraba, en pleno mes de Julio, de camino a su casa. Por suerte, iba a estar sólo. Quizás así sería más fácil…

Por fin salí del tren… El calor hacía que mis piernas se pegaran al asiento. Algo realmente incómodo, pero no hay nada mejor que ponerse en verano que un simple vestido de tirantes y por encima de las rodillas. Unas sandalias, el pelo recogido en una coleta y unos sencillos pendientes de aro pequeños.

Llevaba todo el camino pensando en qué podría decirle o en cómo podría hacerlo. Ahora, frente a la puerta de su casa, no me atrevía a llamar al timbre. Como si no supiera qué es lo que me iba a encontrar al otro lado.

Al final llamé. La puerta no tardó más de dos minutos en abrirse. Al otro lado estaba él. Con su tez morena ahora más oscurecida por el sol, una camiseta blanca, un pantalón corto y el pelo revuelto. Y esos ojos tímidos que siempre me miraban con compresión y cariño y que, inexplicablemente, hacían que me sintiera más tranquila.

Entré y nos abrazamos, uno de esos abrazos que son al mismo tiempo un saludo y una despedida. Me cogió de la mano con ilusión y me llevó a su habitación. Nos sentamos en la cama y comenzó a hacerme preguntas sobre mi viaje, mis estudios, sobre mi vida al otro lado del Atlántico. También yo le pregunté. La mayoría de las cosas ya las conocíamos, pero queríamos, necesitábamos escucharlas en la boca del otro.

Comencé a sentirme más tranquila, pero ambos sabíamos la razón por la que yo estaba allí y no podía posponerla mucho más tiempo. Me levanté de la cama y comencé a pasearme por la habitación mirando al suelo.

“Javi…” empecé. “Yo…” Mi mente no respondía. Me había quedado en blanco. Ya no sabía qué decir. De pronto estaba nerviosa, angustiada…

Él se levantó, se acercó a mí y me cogió las manos. Me miraba a mí.

“Samantha…” dijo, “No hace falta que digas nada. Ya sé por qué estás aquí. Desde que nos decidimos a intentarlo sabíamos que esto podría pasar. Pero también sabíamos que necesitábamos hacerlo. Y yo no me arrepiento de nada.”

Hubo un silencio. Se le notaba nervioso. Siempre había sido la persona que mejor me conocía… Nos habíamos entendido tan bien…

“Mírame”. Posó su mano con suavidad sobre mi barbilla para que levantara la cabeza.

Levanté la mirada y me encontré con sus ojos oscuros. Me pregunté si en algún momento de mi vida volvería a encontrarme con unos ojos que me hicieran sentir tan en paz conmigo misma como los suyos.

“Sólo respóndeme a una cosa”, pidió. “¿Hay alguien más?”

Retiré la mirada. Aquélla pregunta me pilló desprevenida. No la esperaba.

“No” respondí, esperando parecer segura de mí misma.

“Samantha…” comenzó. “Siempre hemos sido sinceros el uno con el otro. Merezco que me digas la verdad”.

Ni siquiera ahora podía mentirle. Por alguna inexplicable razón que odiaría siempre no podía mentirle. Y lo último que quería era hacerle más daño.

Le miré directamente a los ojos: “No sé si hago lo correcto o si tendrá futuro. Pero necesito darme la oportunidad de conocer a alguien diferente. De intentarlo”.

Se quedó callado. Me sentía tan culpable…

“¿Te has enrollado con él?”. No había ni siquiera un matiz de reproche en su mirada.

“No”, respondí. “Sabes que yo nunca te haría algo así. Contigo he aprendido tantas cosas. No voy a olvidarte jamás”. Notaba cómo mi voz temblaba.

“Me enseñaste a querer”, la suya también lo hacía, como la primera vez que nos despedimos en el aeropuerto hace ya casi un año. La primera vez que le vi llorar. “Creo que voy a quererte siempre”.

Se acercó demasiado, su cuerpo estaba pegado al mío, su boca demasiado cerca de la mía. Y como si algo lo estuviera empujando hacia mí, se inclinó y comenzó a besarme. Me apoyó contra la mesa de su escritorio y me encontré devolviéndole el beso. Uno de esos besos que tienen la pasión y el sabor amargo de la despedida. Sus manos temblorosas acariciaban mis brazos. Las mías alrededor de su cuello.

No. Aquello tenía que parar. Después sería más doloroso. Con gran dificultad, me separé de él, pero seguí abrazándole. Él me devolvía el abrazo. El adiós entre dos corazones rotos que no olvidarían jamás. Un adiós profundamente doloroso.

Tenía que irme. Poco a poco me separé de él. Le miré a los ojos por última vez, cogí mi bolso y me marché. Cuando salí a la calle un torrente de lágrimas comenzó a correr por mis mejillas mientras bajaba la calle en dirección a la estación de tren.

“Yo también te querré siempre”.

2 comentarios:

  1. Hola Triketa Celta: No sabia que fueras tan buena escritora, me gustaron mucho tus relatos. Besos desde Asturias: Marivi

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  2. Hola! Yo no sabia que tu tenias blog... jajaja

    Muchas gracias!! Y muchos besos!

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