sábado, 3 de diciembre de 2011

Porque siempre llega cuando menos lo esperas...


 - ¿Por qué estás triste?

- Porque no quiero volver al mundo real.

- ¿Qué tiene el mundo real para que no quieras volver?

- Que tú me repitas constantemente que no somos nada y que yo me lo tenga que creer. Que un día me hagas pensar que te importo y al siguiente sigas jugando conmigo.

- ¿Y si decidiéramos dejar de ser nada y ser algo?

- Da miedo. Da miedo reconocer que quiero algo más. Asusta que tu también quieras algo más.

- ¿Por qué da miedo? No habría ninguna diferencia. Actuamos como si fuéramos algo pero sin haberle dado nombre. ¿Qué es lo que te asusta?

- Dejarte entrar. Es demasiado pronto. Parece demasiado pronto. Perdería la magia de la clandestinidad. Caricias escondidas, besos robados, miradas cómplices, guiños furtivos… Me da la sensación de que hemos llegado demasiado pronto a ese punto.

- ¿Pronto para quién? No existe el tiempo para el amor. Nunca puedes controlar cuando llega. Siempre pasa sin llamar, se cuela por los recovecos del alma y entra sin que lo notes. 

- Se nos ha ido de las manos.

- No. Hemos dejado que se nos fuera de las manos. Queríamos que esto pasara pero no teníamos el valor suficiente para reconocérnoslo a nosotros mismos, así que simplemente, lo disfrazamos y jugamos con ello hasta que se ha hecho demasiado patente como para seguir negándolo. 

- Sé que tienes razón. Pero no necesito ponerle nombre. Hemos encontrado una isla en un mundo de perdición. Y eso es lo que somos. Náufragos en una isla. O al menos, eso es de lo que quiero convencerme. 

- ¿Qué es lo que quieres?

- Que dejes de jugar conmigo. Que tengas cuidado con lo que haces.

- ¿Qué es lo que quieres?

- Que seas sincero conmigo. Que te des cuenta de que soy frágil. 

- ¿Qué es lo quieres?

- Quiero lo que todo el mundo anhela en lo más profundo de su ser y poca gente se atreve a reconocer.




jueves, 17 de noviembre de 2011

Sé feliz



Nos pasamos la vida obedeciendo a nuestros padres primero, obedeciendo a nuestros profesores después y más tarde, a nuestros jefes. Intentamos seguir una dieta sana porque es lo que recomiendan los médicos. Estudiamos hasta tener una carrera universitaria porque debemos encontrar un buen trabajo. Trabajo que nunca nos hemos planteado si nos gusta o no, con la intención de recibir un salario que sea lo suficientemente alto para poder vivir “bien” según dicta la sociedad. Nos dejamos convencer para comprar cosas que no necesitamos porque hemos dejado que nos creen la necesidad de ello.
 
Buscamos pareja porque no podemos soportar la idea de envejecer solos. Nos centramos en ser como la sociedad quiere que seamos, como nuestra familia quiere que seamos, como nuestros amigos quieren que seamos. Nos centramos en ser como esa persona que nos atrae querría que fuésemos para gustarle. Pero, si al mismo tiempo, el resto de las personas hacen los mismo… ¿dónde están la sinceridad y la honestidad de las relaciones?

¿Cómo sabes que realmente esa persona que tienes al lado es como tu la ves? No lo sabes. Sólo sabes de ella lo que ven tus ojos. Y eso no es más que lo que la otra persona te deja ver.
Nos dejamos manipular, incluso nos convencemos a nosotros mismos de hacer todo eso con la esperanza de que en algún momento aparezca ese sentimiento desconocido y anhelado llamado felicidad.

Pero… ¿cuál es el precio de conocer la personalidad real de tus amigos? ¿Cuál es el precio de tener la posibilidad de enamorarte de la persona real que tienes al lado y no de esa persona que sólo intenta ser lo que tu quieres que sea? ¿Cuál es el precio? 

El Miedo. A no gustar, a quedarnos solos, a que nos hagan daño. Miedo a encontrar algo dentro de nosotros mismos que no nos guste. Miedo a no conocer jamás la felicidad. Pero… ¿qué valor tiene entonces esa felicidad que sientes… que te has convencido de que sientes, si no es real, si es inducida por cánones sociales? Es una felicidad falsa.

Ten valor. Estudia lo que quieras, come cuando quieras y busca un trabajo que te guste. Sé tú mismo y lucha por ser tú mismo. Enorgullécete de lo que eres y sé autosuficiente. Enamórate porque la otra persona admira tanto tus virtudes como tus defectos. No te moldees ni te dejes manipular. 

Puede que nunca seas feliz. Pero también puede que encuentres la felicidad. Que experimentes uno de esos efímeros momentos de la vida en los que te invade ese sentimiento de paz, autorrealización y alegría que conocemos como felicidad. Y que esa felicidad sea total y absolutamente cristalina y sincera.

martes, 8 de noviembre de 2011

A Day in the City

 
Hacia arriba, hacia abajo y volver a subir. A la izquierda, a la derecha y vuelta a empezar. Lo que creía que sería como otro día más de los múltiples vividos en la ciudad pero con una persona diferente. Y sin embargo desde el principio se tornó completamente distinto. Prometía ser una gran experiencia. Pensaba que ya no tendría mucho más que descubrir en la ciudad. Pero como siempre, ella te sorprende, te muestra cosas nuevas, no te deja aburrirte ni un segundo y te cansa hasta la extenuación sin que apenas te des cuenta. 

Que el tiempo se pase tan deprisa, que los minutos vuelen y las horas corran. Algo que no me ocurría desde hacía… ni siquiera lo sabía. No recordaba la última vez que el tiempo se me había pasado tan deprisa.

Alcanzamos el autobús por los pelos cuando un pequeño sentimiento de decepción había comenzado a invadirme porque mi compañero de viaje no aparecía. Pero cuando  finalmente llegó con el corazón en la boca y pidiendo perdón explicándome su tardanza me dio motivos para poder reírme de él durante todo el día.

Una hora y media de trayecto que son ya tan habituales y que sin embargo se hicieron inusualmente cortas. La ONU y el caos  de Grand Central Station con sus intermitentes viajeros y su gente moviéndose de un lado para otro segura de su próximo destino mientras nosotros andamos sin rumbo fijo. Caminar y caminar. 

Una cerveza en un pub irlandés mientras intento entender el fútbol americano. El Farmers Market de Union Square donde encontrar algo de comida un poco más sana en éste país hogar de las hamburguesas y los perritos calientes. Una hora al sol en Washington Square donde jóvenes solitarias esperan una ilusión mientras escuchan al hombre del piano. Familias pasean y escuchan al hombre de la guitarra y nosotros, sentados, simplemente observamos, como los narradores de una historia. Imaginando vidas tan normales como inusuales de cada persona que pasa. Anécdotas, confidencias, risas. 

Y Barnes and Noble. Una de esas típicas famosas librerías americanas con cafetería en el interior donde puedes pasarte horas y horas mirando libros y CDs por todos los rincones sin ser consciente del tiempo que pasa entre sus paredes. Nuestras miradas se topan con la sección de libros en español y como niños curiosos repasamos cada libro. Hasta que lo encuentra. Aquel del que me había hablado y sin poder evitarlo me obliga a leer un párrafo. Suficiente para que quiera tener ese libro entre mis manos de principio a fin. Lo cogemos y seguimos nuestro camino.

Entrar y salir de múltiples tiendas buscando un pequeño complemento, y una excusa para movernos de un lado a otro de la ciudad. Una rápida visita al Hard Rock nos permite un paseo por las grandes estrellas de la música americana. Hasta que al girar en una esquina aparecemos en el Lincoln Center. La noche se nos había echado encima y comenzaban a iluminar cada rincón de la ciudad. Por algún motivo que no alcanzo a comprender, era un lugar nuevo para mí. De todas las veces que había estado en Manhattan, ninguna de ellas había pasado por ese centro de la cultura neoyorkina. Una fuente que hace el efecto de caminar encima del agua y una tranquilidad extraña pero apacible para encontrarse en medio de una ciudad que nunca duerme. Gente elegante esperando para entrar al ballet. Y yo, simplemente, deseando ser uno de ellos. 

Continuamos nuestro camino intentando calcular cuantos años nos quedan hasta que podamos permitirnos uno de esos restaurantes cuyas cartas estudiamos en nuestro regreso a la estación de autobuses. Hasta que encontramos uno que ofrece Ostras a 1$. Una cosa más que nunca había visto en la ciudad, y que, ni siquiera había probado en toda mi vida. Con nuestro bolsillo de estudiante y nuestra mirada de inocente curiosidad me convence para que entremos y pueda probarlo. Es posible que la camarera odiara la política de “el cliente tiene la razón” predominante en este país por hacerle perder su tiempo gastándonos apenas 5 dólares. Pero mereció la pena. Como tantas nuevas experiencias vividas en una ciudad que siempre es capaz de sorprenderte.

Sentirse un extraño al mismo tiempo que ser consciente de uno mismo más que nunca antes en la tremenda jungla de esa ciudad misteriosa y salvaje. Con ganas de aprender, de probar, de reír, de jugar… Con ganas de vivir. Para poder seguir descubriendo los innumerables e inesperados secretos de la ciudad… y de la propia vida.



jueves, 3 de noviembre de 2011

Tonta

Una proposición inesperada a altas horas de la madrugada. Me visto, cojo las llaves del coche y salgo de casa. Una pequeña nueva ilusión que se enciende como una pequeña llama capaz de iluminar la más profunda oscuridad. Esa oscuridad en la que llevaba meses sumida.

Cualquier excusa válida para salir al frío invernal esperando, de manera ilusa, un nuevo motivo que me haga recuperar la sonrisa que creía perdida.

Unas confidencias, unas risas. Miradas huidizas, palabras nunca dichas y frases inacabadas. Sentimientos contenidos.

Suena un móvil. El suyo. Y es ella. Lo sé. Sabe que lo sé. Y cual vaso lleno de agua que cae al suelo se rompen en mil pedazos todas esas ilusiones que jamás reconocí que sentía, y que ahora, simplemente, se hacen añicos contra el suelo. Y algo, muy en el fondo de mi ser, vuelve a perderse. Como cuando una ráfaga de viento apaga esa pequeña llama que iluminaba la oscuridad. Como cuando se pierde la esperanza.

Él sale por la puerta con el móvil en la mano. La vería. Pero yo no esperaría más de diez minutos. Diez minutos. Nunca volvería a dejarme manipular. Nunca. Sólo quería dejar de ser una de esas niñas estúpidas que se ilusionan demasiado antes de tiempo. Salvo que yo nunca lo reconocería.

Pasado ese tiempo, salí por la puerta. Mirando al frente, pero intentando esconder mi decepción, mi estupidez por haber caído de nuevo sin darme cuenta. Estaba claro que me había vuelto a confundir. Había creído ver lo que no era. Porque necesitaba volver a verlo. Volver a sentirlo. Lo necesitaba de una forma tan profunda como inconsciente.

Así que a las cuatro de la mañana y sin más motivos para quedarme, salí de nuevo al frío y a la oscuridad nocturna.

Y de pronto  me di cuenta  de que hay cosas que, o pasan en un determinado momento, o ya nunca más habrá oportunidad de que vuelvan a pasar. Porque el momento se pierde en las arenas de la incertidumbre. Y ya jamás puede volver a recuperarse.

Pero ahora ya no importaba, una vez más, sólo era una amiga para él. Me había vuelto a dejar engañar por una cara de niño bueno y una actitud romántica. Tenía que volver a ponerme en pie y seguir caminando. De nuevo sin ilusiones y sin sueños. Salvo por ese pequeño rayo de luz, que ilumina la oscuridad y que ni siquiera en los peores momentos se apaga. La esperanza. En el hoy. En el mañana. En mí misma.


sábado, 24 de septiembre de 2011

Otoño en Nueva York



El sol de la mañana se cuela entre las cortinas acariciando mi piel. Él, de espaldas, mira por la ventana. Cada parpadeo trae los recuerdos de la noche pasada. Unas amigas, unas risas, unas cervezas. Un bar del que apenas recordaré el nombre. Miradas tímidas, caricias inesperadas.

Una conversación confiada. Correr de la mano para alcanzar el metro. Una puerta que se cierra a mis espaldas. Sus manos en mi cadera y mi cuello. Sus labios en los míos.

Él me oye moverme en la cama y se da la vuelta. Me mira y se acerca a darme un beso. Un beso que devuelve consigo la pasión de una noche, el misterio de lo desconocido. Y volver a perderse entre las sábanas intentado evitar que la aventura llegue a su fin.

El agua de la ducha recorre cada rincón de mi cuerpo que, hace un momento, él acariciaba. Salimos a la calle y me acompaña a la estación. Sentimientos encontrados y palabras que nunca serán pronunciadas. El sol hace relucir los infinitos colores de los árboles. Uno de esos días que los americanos llaman “Indian Summer”. Un día de primavera que se cuela en el otoño acompañando a una aventura veinteañera.

Una despedida. La última mirada, la última caricia. La certeza del adiós. Un adiós que trae consigo la sensación embriagadora de algo que sólo puede vivirse en el Otoño de Nueva York. Donde la magia cobra vida y el amor dura una noche.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Welcome Back


Supongo que después de haber dejado el blog abandonado durante los fantásticos tres meses de vacaciones que las Universidades americanas te permiten, vuelve a ser hora de ir poniendo al día la información.  

Tras haber aguantado un año compartiendo baño con desconocidas, comiendo una comida de la que nunca supimos su procedencia ni sus ingredientes y de haber estado compartiendo habitación, hemos decidido tener nuestro propio piso de estudiantes, el cual, en este caso, es más una “casa” de estudiantes (a pesar de que ciertas generaciones anteriores discrepan bastante acerca de la idea de vivir "off campus"). Por fin tendremos el baño limpio, habitaciones individuales y sabremos lo que comemos.

Lo cierto es que al final hasta de vacaciones se aprenden cosas. Aprendes que las costumbres en tu casa pueden cambiar y que no es divertido tener un mes de vacaciones mientras todos tus amigos están estudiando para los finales. Aprendes no sólo a quién le importas si no quién te importa a ti, te das cuenta de que echas de menos las cosas más sencillas e insospechadas. Y aprendes también que, hasta aquello que dabas por sentado y que creías que ya no se podía exprimir más, puede dar otras tres o cuatro vueltas completamente imprevistas.

Hacer un resumen de todo lo vivido y todo lo aprendido durante un año en mi “exilio” no serviría de nada, puesto que todo puede cambiar en cualquier momento y a fin de cuentas, lo que importa, es el hoy. Somos demasiado jóvenes para preocuparnos sobre un futuro incierto en un mundo imprevisible. La vida no es más que un conjunto de sucesos inconexos e inesperados.

Así que, vuelvo otra vez para seguir contando las experiencias, sentimientos, recuerdos y novedades. Con nuevas asignaturas, con nuevas personas por conocer y con el ánimo, las expectativas, las ganas de fiesta y la pereza por ir a clase que tiene cada nuevo año.

I can’t promise tomorrow
But I promse tonight

LIVE LIFE


domingo, 29 de mayo de 2011

Epocas Doradas



Ahora que por fin he vuelto a casa, pese a que todo se hace un poco extraño, puedo volver a reencontrarme con todo lo que me era familiar, incluido mi antiguo yo. Y volver a hacer todas esas pequeñas cosas que te hacen sentir un poco más en tu “hogar”.

El otro día fui al cine, y no pude evitar sentirme en cierto modo identificada con el protagonista de la película que vi. Un hombre al que su presente le parece aburrido e insignificante y que preferiría haber nacido en otra época más brillante y asombrosa. Yo también habría querido vivir en otra época, o viajar en el tiempo a conocer las grandes eras brillantes de la Humanidad: los Años 20, el Renacimiento, la Antigua Grecia… Como si todas aquéllas épocas estuvieran rodeadas de un halo de misterio y magia que te atrae como un imán. Como si en ésas épocas pudieras conocer algo sobre la vida o el mundo que hiciera tu existencia más entretenida o valiosa.

Pero viendo la película me di cuenta de que para cada persona de cada época la era brillante habría sido otra distinta de la suya. Una persona de hoy en día querría vivir en los Años 20, mientras que una persona de los Años 20 querría vivir en el Renacimiento y así sucesivamente, sin darnos cuenta de que en realidad la época que nos toca vivir es NUESTRA época dorada. Y aunque pensemos que la vida podría haber sido mejor en otra etapa de la historia, ahora nos toca a nosotros escribir la historia, participar en ella, ser parte de ella.

Todas las etapas de la historia tiene sus partes buenas y malas, aquéllas por las que te maravillas del ser humano y esas otras por las que simplemente no lo entiendes. Incluso en las épocas doradas no todo era dorado, sin embargo al final importa el recuerdo que quedó de aquéllos años. Así que creo que éste es un buen momento para disfrutar nuestra era, para olvidarnos de cuán maravillosa podría haber sido nuestra vida en otra época y empezar a disfrutar ésta vida en ésta época; y para maravillarnos con la generación que nos ha tocado vivir, con nuestra era  de misterio y magia. Y que participemos en el mundo para que la historia también nos recuerde como otra brillante “época dorada de la Humanidad”.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Esperanza


¿Cómo podemos saber si nos hemos equivocado? ¿Si hemos tomado la decisión correcta? ¿Si nos arrepentimos o no?

La respuesta es fácil: No, nunca lo sabrás. Jamás podrás averiguar qué es lo que  hubiera pasado si no lo hubieses hecho. Pero a pesar de todo, sabes, tienes la certeza de que es mejor arrepentirse de haberlo hecho que preguntarte durante toda la vida “¿qué habría pasado si…?”

A veces las cosas llegan tarde. A veces es necesario sufrir para madurar. Parece que el dolor es lo único que nos hace crecer. Porque sólo gracias a ese dolor descubrimos cosas sobre nosotros mismos y sobre la vida que no habríamos podido aprender de ninguna otra manera.

A veces el destino está escrito. Porque a veces la decisión dolorosa es la única que te permite seguir creciendo. Es la única que te lleva a escuchar esas palabras que te devolverán la calma y la paz que creíais perdidas. Unas palabras que te devolverán la conciencia sobre lo que solías ser. Y que te recordarán tus principios. Tus bases. Tu carácter. Aquello sobre lo que puedes volver a construir.

Pero, ¿de verdad era la única manera? Probablemente sí. ¿No era posible escuchar esas mismas palabras hace dos meses? Probablemente no.

A veces el sufrimiento y el dolor son lo único que te mueve a seguir adelante. Y a mantener una esperanza ciega en un futuro incierto. Una esperanza ciega en que, en algún momento, ocurrirá algo que te devolverá la sonrisa.

Y del más profundo dolor surge la más pura esperanza… 

viernes, 29 de abril de 2011

Just YOU


Today I was having a walk with some friends around this little town in which I’ve been living during the last months. We decided to enter a shop that usually sells classy things, in most cases at excessive prices. But they have also interesting books, postcards, souvenirs, and gifts.
One of the books captured my attention, and, when I opened it, I found an anonymous poem. I liked it since the very first sentence. And, it made me realize that sometimes you yourself are enough. That you yourself may be the answer. For everything. For everyone. For YOU. 

One song can spark a moment; 
One flower can wake the dream. 
One tree can start a forest, 
One bird can herald spring. 
One smile begins a friendship, 
One handclasp lifts a soul. 
One star can guide a ship at sea; 
One word can frame the goal.



One vote can change a nation, 
One sunbeam lights a room. 
One candle wipes out darkness, 
One laugh will conquer gloom. 
One step must start each journey; 
One word must start each prayer. 
One hope will raise our spirits; 
One touch can show you care. 
One voice can speak with wisdom; 
One heart can know what's true. 
One life can make the difference 


You see, it’s up to you...


sábado, 23 de abril de 2011

Una pequeña locura


Ya llevábamos horas ahí metidos. Nos lo estábamos pasando muy bien, pero el DJ no era el de siempre, y la música no estaba siendo tan buena como solía ser. Empezábamos a estar cansados así que decidimos marcharnos. Fuera llovía. Y empezaba a hacer frío.

Nada más atravesar la puerta del local para salir, el aire fresco y el olor a lluvia me golpearon la cara. Y de pronto y sin ser completamente consciente de mis propias reacciones, volví a entrar. Me había despedido de él así que sabía exactamente dónde podía encontrarle. Le vi, me miró y me acerqué a él. La música estaba muy alta así que tuve que acercar mi boca a su oído para que pudiera oírme:

Can i do something and you promise me that you’r gonna forget it the minute after it happens?”

Me miró desconcertado pero asintió. Así que dominada por una fuerza interior que no sabía de dónde había salido, me acerqué y le besé. Llevaba mucho tiempo queriendo hacerlo y estaba cansada de sus juegos, así que me gustó sentirme dueña de la situación por un momento.

Quiso devolverme el beso, pero me aparté, le miré a los ojos y salí del local.
La lluvia comenzó a empaparme de camino a la residencia.

Al menos él estaría tan desconcertado como yo…

miércoles, 20 de abril de 2011

Nada permanece...


Y pensar…

Que cada rincón de tu cuerpo dorado era mío…

Que conocía cada pequeña porción de tu piel…

Y ahora…

Sólo quedan los recuerdos nublados… que se desvanecen como los castillos de arena que se lleva el mar…



jueves, 7 de abril de 2011

Premonición

 Este texto lo escribí hace casi un año, pero creo que es bastante adecuado para éste momento de mi vida. Nunca ha habido terceras personas, sigue sin haberlas. Pero ésta es la mejor manera que tengo de expresar mis sentimientos ahora mismo. Lo siento mucho.


La última vez que nos habíamos visto había sido tan distinta…  Aquélla vez yo llevaba fuera cinco meses. Me sentía tan sola, tan perdida… Le había echado tanto de menos. El reencuentro fue mágico. Ambos ansiábamos vernos, besarnos los labios, acariciarnos la piel, sentir el contacto. Sus ojos. Aprovechamos al máximo el poco tiempo del que disponíamos juntos. Sé que volví a irme con una sonrisa, pero también fui consciente de que algo nos había alejado, nos habíamos sentido tan distantes el uno del otro que necesitábamos el contacto para tapar ese agujero.

Nunca dudé de quererle. Ni siquiera ahora lo hago.

Pero este nuevo reencuentro iba a ser tan distinto… Seis meses después de la última vez que le había visto, me encontraba, en pleno mes de Julio, de camino a su casa. Por suerte, iba a estar sólo. Quizás así sería más fácil…

Por fin salí del tren… El calor hacía que mis piernas se pegaran al asiento. Algo realmente incómodo, pero no hay nada mejor que ponerse en verano que un simple vestido de tirantes y por encima de las rodillas. Unas sandalias, el pelo recogido en una coleta y unos sencillos pendientes de aro pequeños.

Llevaba todo el camino pensando en qué podría decirle o en cómo podría hacerlo. Ahora, frente a la puerta de su casa, no me atrevía a llamar al timbre. Como si no supiera qué es lo que me iba a encontrar al otro lado.

Al final llamé. La puerta no tardó más de dos minutos en abrirse. Al otro lado estaba él. Con su tez morena ahora más oscurecida por el sol, una camiseta blanca, un pantalón corto y el pelo revuelto. Y esos ojos tímidos que siempre me miraban con compresión y cariño y que, inexplicablemente, hacían que me sintiera más tranquila.

Entré y nos abrazamos, uno de esos abrazos que son al mismo tiempo un saludo y una despedida. Me cogió de la mano con ilusión y me llevó a su habitación. Nos sentamos en la cama y comenzó a hacerme preguntas sobre mi viaje, mis estudios, sobre mi vida al otro lado del Atlántico. También yo le pregunté. La mayoría de las cosas ya las conocíamos, pero queríamos, necesitábamos escucharlas en la boca del otro.

Comencé a sentirme más tranquila, pero ambos sabíamos la razón por la que yo estaba allí y no podía posponerla mucho más tiempo. Me levanté de la cama y comencé a pasearme por la habitación mirando al suelo.

“Javi…” empecé. “Yo…” Mi mente no respondía. Me había quedado en blanco. Ya no sabía qué decir. De pronto estaba nerviosa, angustiada…

Él se levantó, se acercó a mí y me cogió las manos. Me miraba a mí.

“Samantha…” dijo, “No hace falta que digas nada. Ya sé por qué estás aquí. Desde que nos decidimos a intentarlo sabíamos que esto podría pasar. Pero también sabíamos que necesitábamos hacerlo. Y yo no me arrepiento de nada.”

Hubo un silencio. Se le notaba nervioso. Siempre había sido la persona que mejor me conocía… Nos habíamos entendido tan bien…

“Mírame”. Posó su mano con suavidad sobre mi barbilla para que levantara la cabeza.

Levanté la mirada y me encontré con sus ojos oscuros. Me pregunté si en algún momento de mi vida volvería a encontrarme con unos ojos que me hicieran sentir tan en paz conmigo misma como los suyos.

“Sólo respóndeme a una cosa”, pidió. “¿Hay alguien más?”

Retiré la mirada. Aquélla pregunta me pilló desprevenida. No la esperaba.

“No” respondí, esperando parecer segura de mí misma.

“Samantha…” comenzó. “Siempre hemos sido sinceros el uno con el otro. Merezco que me digas la verdad”.

Ni siquiera ahora podía mentirle. Por alguna inexplicable razón que odiaría siempre no podía mentirle. Y lo último que quería era hacerle más daño.

Le miré directamente a los ojos: “No sé si hago lo correcto o si tendrá futuro. Pero necesito darme la oportunidad de conocer a alguien diferente. De intentarlo”.

Se quedó callado. Me sentía tan culpable…

“¿Te has enrollado con él?”. No había ni siquiera un matiz de reproche en su mirada.

“No”, respondí. “Sabes que yo nunca te haría algo así. Contigo he aprendido tantas cosas. No voy a olvidarte jamás”. Notaba cómo mi voz temblaba.

“Me enseñaste a querer”, la suya también lo hacía, como la primera vez que nos despedimos en el aeropuerto hace ya casi un año. La primera vez que le vi llorar. “Creo que voy a quererte siempre”.

Se acercó demasiado, su cuerpo estaba pegado al mío, su boca demasiado cerca de la mía. Y como si algo lo estuviera empujando hacia mí, se inclinó y comenzó a besarme. Me apoyó contra la mesa de su escritorio y me encontré devolviéndole el beso. Uno de esos besos que tienen la pasión y el sabor amargo de la despedida. Sus manos temblorosas acariciaban mis brazos. Las mías alrededor de su cuello.

No. Aquello tenía que parar. Después sería más doloroso. Con gran dificultad, me separé de él, pero seguí abrazándole. Él me devolvía el abrazo. El adiós entre dos corazones rotos que no olvidarían jamás. Un adiós profundamente doloroso.

Tenía que irme. Poco a poco me separé de él. Le miré a los ojos por última vez, cogí mi bolso y me marché. Cuando salí a la calle un torrente de lágrimas comenzó a correr por mis mejillas mientras bajaba la calle en dirección a la estación de tren.

“Yo también te querré siempre”.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Miami

Después de haber pasado una semana en la playa y con un tiempo totalmente veraniego, toca volver al frío, y, por lo visto, a la nieve. Sí, se prevé una tormenta de nieve para mañana. Y estamos casi en Abril, parece mentira.

La verdad es que ha sido un viaje increíble. Completamente relajado. Sin preocupaciones, sin prisas. Como si el tiempo se hubiese parado regalándonos esos cinco días sólo para disfrutar. Claro que también hemos pasado alguna que otra ventura.

Nada más empezar nos equivocamos de línea de metro y terminamos a las once de la noche en una estación perdida del Bronx con tres o cuatro personas de muy cuestionable apariencia. Por suerte una amable mujer nos sacó de nuestro error indicándonos el camino correcto. Cuando nos dimos la vuelta por fin conseguimos llegar al aeropuerto, el cual nos lo tuvimos que recorrer de arriba a abajo hasta que encontramos un lugar donde quedarnos hasta que saliera nuestro avión.

Por fin conseguimos llegar a Miami. Por supuesto nos perdimos intentando encontrar el hostal, nos recorrimos gran parte de uno de los barrios de la ciudad. Pero cuando finalmente conseguimos llegar, nos dimos cuenta de que el hostal estaba situado a apenas tres metros de la playa rodeado de innumerables hoteles de lujo. Lo bueno de los viajes es que siempre se conoce a gente interesante. En este caso conocimos a un catalán que llevaba viajando desde octubre por todo el mundo. Solo. Creo que hay tener bastante valor para hacer eso.

El ambiente de Miami por supuesto es inigualable. Coches de lujo, hoteles increíbles, hombres y mujeres de pieles bronceadas y que parece que acaban de salir de un anuncio de revista, sol, playa, palmeras, fiesta... Absolutamente todo lo ideal para desconectar y pasárselo bien.
Modelo: Patricia Felix
Fotografía: Claudia Robles/Sara García

Tomar el sol en Miami Beach y cenar en Ocean Drive hace que te sientas como si de verdad fueses alguien importante, dueño de algunas de esas impresionantes casas con vistas al mar o a alguno de los canales. Sin olvidar la cena en los 100 Montaditos para recordar la patria añorada. Un mal jamón serrano y una seca tortilla de patata nos acercan un poco más a nuestro lejano hogar.

Claro que creo que lo mejor fue el viaje de vuelta. Después de cancelar nuestro vuelo y de que consiguiéramos que nos metieran en “stand by” en otro que llegaba lo suficientemente pronto para no tener que pasar la noche en la estación de autobuses de Nueva York, teníamos 45 minutos para pasar los controles y llegar a la puerta de embarque sin siquiera saber si habría sitio suficiente para todos, pues había cuatro personas delante de nosotros, y eso sin contar con que uno había perdido el pasaporte… Cuando por fin conseguimos llegar, sin saber cómo ni por qué aparecimos los primeros en la lista y entramos todos al vuelo. Y lo más increíble es que cuando llegamos a la estación de autobuses no tuvimos que esperar ni 15 minutos.

Sin embargo, en este momento, la sensación de verano en pleno Marzo, descoloca bastante. Sobre todo cuando al volver hay una pila ingente de cosas por hacer: ensayos, exámenes, deberes… del calor húmedo al seco frío en menos de un día. Y ahora contando los días que quedan para las próximas vacaciones…

lunes, 14 de marzo de 2011

A veces

A veces es todo o nada. A veces no sabes qué hacer. A veces te sientes confuso. A veces crees que nada merece la perece la pena. Y a veces te crees capaz de comerte el mundo.

A veces nos perdemos. No importa si nos perdemos en una ciudad desconocida o en un mar de pensamientos sin sentido. Simplemente no encontramos el camino. Entonces hay dos opciones, la primera es vivir una aventura, seguir el camino aunque no sepas a donde te lleve. No pensar y simplemente dejarte llevar, por el instinto, por tus sentimientos. La segunda es lamentarte eternamente de haberte perdido. 

La vida es un continuo camino de perdición. En el que la única manera de vivir es seguir adelante. Un paso detrás de otro. La mejor manera de aprender es equivocarse. Para poder saborear el éxito primero has de fracasar. Si crees merecerte un descanso, primero has de estar cansado. Para poder vivir no hay que tener miedo a enfrentarse a nada. O bien enfrentarse a esos miedos. No vale la pena lamentarse, castigarse o pensar demasiado. Importa seguir caminando. ¿Para qué perder el tiempo pensando en lo mal que hemos hecho algo si ya está hecho? Sólo levántate y sigue adelante.

Amar. Amar lo que haces. Amar lo que eres. Amar las oportunidades de la vida. Amar a quien te importa. Luchar por lo que quieres. Tener una ilusión.

La vida es fácil, sencilla y dinámica. No merece la pena complicarla. No pierdas el tiempo pensando en algo que no te va a llevar a ninguna parte y no te va a hacer feliz.  Sólo vive, siente, déjate llevar. A fin de cuentas, si algo tiene solución ¿para qué te preocupas? Y si no la tiene ¿para qué te preocupas?




domingo, 6 de marzo de 2011

Tormenta


Sentada en la cama, con la mirada baja reflexiona sobre todas aquellas cosas que le han hecho llegar hasta ese preciso momento de su vida. Una tormenta fuera hace juego con su ánimo y el hilo de sus pensamientos. El agua no elije caer. Pero ella eligió estar allí. O de eso quiere convencerse. Nunca se paró a pensar en las consecuencias, en lo correcto o incorrecto de su decisión. Sólo intentaba vivir cada día, uno detrás de otro. Igual que las gotas de lluvia caen una detrás de otra. La lluvia derrite la nieve que arrastra consigo las conclusiones perdidas, imposibles de alcanzar.


Ahora todo resultaba confuso. Todo parecía tan gris, triste, perdido e inseguro como el cielo de la tormenta. Miles de pensamientos y sensaciones diferentes pasaban por su cabeza en tan sólo un segundo. Incapaz de diferenciar qué es aquello que siente de aquello de  lo que intenta convencerse.

Y lo único evidente es que el cielo llora las lágrimas que ella no derrama.

sábado, 19 de febrero de 2011

Rutina

Apuntes encima de la mesa, libros que forman una torre inestable encima de una silla que nunca fue devuelta a su sitio, cacharros por fregar, ropa que ordenar, restos de palomitas encima del edredón de la cama y tener que volver a vestirme con cinco capas para no pasar frío. Parece innegable que la rutina vuelve a formar parte de mi vida.

Todo el mundo siempre cree tener algo mejor que hacer que ir a clase o ir al trabajo. Siempre nos quejamos de lo rutinaria que parece la vida y contamos los días por ¿cuánto queda para las siguientes vacaciones? Así que simplemente dejamos pasar los días, uno tras otro, haciendo cada día lo mismo que el anterior, cada semana lo mismo que la anterior hasta que llegan esos pocos días de vacaciones que tanto estábamos esperando y que tanto nos habíamos prometido que íbamos a disfrutar.

En mi caso, prefiero engañar a la rutina e intentar hacer que cada día y cada semana sea algo distinta a la anterior, y, de esa manera, disfrutar no sólo los días de vacaciones, si no el resto de los días que parecemos estar destinados a vivir sin ser dignos de mención. Y, ¿qué es lo que he estado haciendo? Pues sí, ir a clase, pero además he escrito un ensayo de cuatro páginas en inglés en una tarde, he hecho una presentación delante de una clase en la que todos eran unos desconocidos y tres o cuatro exámenes, me he pintado las uñas de colores, he cocinado unas tortitas que salieron azules por culpa de los lacasitos, he comprado unos billetes de avión dos veces porque la página en los que los compramos la primera vez resultó ser muy turbia e inútil, he enviado una carta que nunca llegará a su destino, he recibido otra que todavía necesita ser respondida, y ¿por qué no? también he tenido un par de noches de fiesta. Claro que quizás lo que más merece ser mencionado de ésta última semana es el increíble buen tiempo que ha hecho con temperaturas por encima de los cero grados. Después de haber estado durante semanas sepultados bajo metros y metros de nieve, ver aparecer en el cielo un sol radiante le alegra el día a cualquiera.

Desafortunadamente, hoy, noche de sábado, volvemos al frío polar, con ese viento que corta la cara, que casi te impide respirar y que te hace tener ganas de no salir de la cama en todo el día. Hoy es una de esas noches de sábado en las que te quedas en casa. Noches de no salir y frases sin sentido.

Noches de chocolate y película. Canciones fiesteras, canciones de Disney y canciones románticas. Sentirse independiente pero echar de menos. Querer ser libre pero volver a casa. Orden dentro del caos. Y cansancio de no hacer nada.

Buscar el secreto. El secreto no existe. El secreto eres tú.

lunes, 31 de enero de 2011

Boston

Parece que finalmente de verdad es hora de volver a estudiar y a ser responsable. Este viaje a Boston ha sido el punto final de nuestro “Winter Break”. Fantástico mes de vacaciones que es una de las escasas cosas que se pueden agradecer al sistema educativo estadounidense.

Lo cierto es que han sido tres días bastante tranquilos. Si no tenemos en cuenta el trayecto de New Paltz a Boston.

Después de que el autobús que debía llevarnos a NYC nos dejara tirados en la carretera por primera vez desde que estoy aquí, durante más de una hora, y de que llegáramos a la ciudad bastante más tarde de lo que teníamos pensado, nos equivocamos de parada de metro. Cuando por fin acertamos y salimos del subterráneo, aparecimos en la zona más baja, oscura y vacía de Chinatown. Después de un par de vagas explicaciones de un personaje muy propio del barrio, compramos un billete, y nos subimos en un autobús que de puro sucio no se leía el logo de la compañía. En el reposabrazos de cada asiento unas cuantas bolsas de plástico nos hicieron intuir cuán tranquilo sería el viaje. El baño con un olor nauseabundo indescriptible y unas ventanas con los cristales negros. Cuál sería nuestra sorpresa cuando nuestro amigo frikieconomista hace el gran descubrimiento del wifi en el autobús. Claro que lo que más asombrados nos dejó fue llegar vivos a nuestro destino cuando un viaje programado para durar entre cuatro y cinco horas, nuestro conductor chino camicace lo realizó en tres horas y veinte minutos, si bien es cierto que dudamos de la integridad del autobús en unas cuantas ocasiones y más de una vez pensamos que se derrumbaría como un si de un juguete de lego se tratase. Eso sin contar que la noche anterior había caído una gran tormenta y la seguridad de las carreteras debido a la nieve y el hielo estaba por verificarse.

Definitivamente fue una experiencia que sólo puede calificarse con la palabra que últimamente empleamos para definir todo lo raro, desconocido, oscuro y que carece de explicación: turbia.

Una vez llegamos y comprobamos que seguíamos de una pieza tuvimos que darnos una buena carrera para llegar al último metro. Agotados, pero enteros, conseguimos llegar a nuestro destino. Los días siguientes fueron definitivamente más tranquilos dado que nos dedicamos a visitar Boston.

Recorrer los campus de Harvard y el MIT te hace sentir completamente fuera de lugar al lado de todos los presentes y futuros grandes cerebros que por allí se mueven. Asistimos a una actuación cómica de unos estudiantes del MIT. Que unas personas a las que se suele tachar de NERDS por su inteligencia además tengan esa facilidad para el humor te hace darte cuenta de lo increíblemente sencillos y casi predecibles que podemos ser el resto de los mortales.

Había oído decir que Boston es una de las ciudades más europeas de EEUU… Es totalmente cierto. Con calles más estrechas de lo que suele ser normal en USA, edificios de estilo colonial, incluso aceras de piedra en algunas zonas, lo cual lo convierte una ciudad con un aire romántico y casi mágico. En la zona del puerto cuando cae el sol y se encienden las luces es muy fácil imaginar a cualquier pareja paseando de la mano. En el barrio de Beacon Hill parece que viajas al siglo pasado: casas elegantes de piedra, farolas de estilo antiguo, calles estrechas… Un lugar para perderse y perder la imaginación. Claro que no faltaron momentos divertidos en los que nos tiramos en las mantas de nieve tan pulcra y perfecta para jugar con ella como si volviésemos a tener diez años otra vez.

Gente nueva y gente conocida. Caminar hasta que los pies casi andan solos. Dormir poco y comer peor. Pero a cambio, la experiencia de conocer y la oportunidad de descubrir cada recoveco y cada pequeña historia que puede tener una nueva ciudad que se presenta ante tus ojos.

Ahora en el autobús de vuelta hacia New York City parece mentira que de verdad tengamos que volver a la rutina. Pero como bien sabemos, todo llega y todo se pasa. Mañana volverá a salir el sol, nacerá un nuevo día y quién sabe si nos deparará algo nuevo o sorprendente…

Patricia Felix Santolaria

lunes, 24 de enero de 2011

Madrid


Hoy, hace apenas un par de días que he vuelto a  la Universidad. Empiezo a echarlo todo de menos y me he acordado de un texto que escribí en Noviembre y que ahora quisiera compartir con vosotros. Aquí os lo dejo.
17 Noviembre 2010

Hace ya lo menos tres meses que no he vuelto a pasar por el abarrotado transbordo de avenida de América del que tanto solía quejarme cuando tenía que recorrerlo dos veces al día, todos los días. Transbordo que podía hacer con los ojos cerrados. Ahora, si cierro los ojos, puedo seguir con la mente dicho recorrido, sentir el barullo de la gente, el ambiente, el olor a cerrado y a subterráneo. Ese olor a polvo extraño que te hace sentir que necesitas salir a la calle para volver a respirar aire puro. Un aire, que, en pleno centro de Madrid, poco tendría de puro.

Ahora, sentada en la que desde hace tres meses es mi mesa de estudio, puedo observar el mapa del metro de Madrid que tengo pegado en la pared y recordar esos momentos. Y lo diferentes que son al estilo de vida que se lleva aquí. En medio de la nada, entre las montañas. Aire puro y a una hora y media de Nueva York.

Recuerdo la primera vez que fui sola a Nueva York. Me sentía libre, dueña de mí misma, de mis actos, de mi vida. Algo que nunca antes había sentido. Estar tan rodeada de lugares y personas desconocidas y, sin embargo, tener una conciencia sobre mí misma que nunca antes había tenido. Sentirme yo misma más que nunca antes y más que en cualquier otra parte en la que hubiese estado antes. Una de esas sensaciones embriagadoras que te dan ganas de llorar.

Hoy hace exactamente tres meses y dos días que me bajé del avión. Es una sensación extraña estar en la ciudad de tus sueños y al mismo tiempo saber que no volverás a ver la ciudad que es tu hogar hasta cuatro meses después.

Llevaba exactamente 20 años viviendo en Madrid. Es decir, toda mi vida. Nunca antes había salido de mi casa para pasar tanto tiempo fuera. Madrid se ha convertido en una ciudad que ahora forma parte de mí. Pero sólo en la distancia he podido darme cuenta de eso. Su gente, sus calles, sus luces de noche. Sus días calurosos de verano y los fríos de invierno. La nieve y el sol abrasador. El metro de siempre, el tren de siempre, el mismo recorrido de siempre. La misma gente de siempre.

Ahora, a ocho mil kilómetros de distancia, puedo cerrar los ojos y sentir la ciudad. Las calles por las que solía pasear, los bares a los que solía ir, las cafeterías que solía visitar… cosas de las que solía quejarme, y que ahora añoro. Es como si hubiese creado una imagen perfecta de todo eso.

Pero sí hay algo que tiene Madrid, que esta ciudad no tiene. Madrid huele a antiguo, a historia. A los metros abarrotados y a los conductores de autobús camicaces. A bohemios leyendo en un parque, a amigos cantando y tocando la guitarra, a enamorados cogidos de la mano, a besos robados en una esquina escondida. A amaneceres en una discoteca y atardeceres en la Plaza de Oriente. Madrid huele a tráfico, a gente, a vida. Huele a arte y a ciencia. A la gente desconocida que te cruzas a diario y a aquéllos conocidos que te encuentras por accidente. A la vida universitaria y a los ancianos paseando por El Retiro. Huele a realidad y dolor. Pero también a misterio, magia y alegría. A jaula y a ansias de libertad. A las historias que conocemos y las que se quedarán siempre escondidas entre sus calles.

Madrid… Madrid huele a todo aquello que una mente intrépida quiera imaginar.

Patricia Felix Santolaria