A veces no podemos evitar sentirnos solos,
perdidos, confusos y desconcertados. Con lo que nos rodea, con nosotros mismos.
Hoy, después de hace ya no sé ni cuántos meses que no escribo, vuelvo a
recuperar esa parte de mí misma. Madrid llora con la primera tormenta del otoño
y yo con ella. Se avecinan cambios. Das vueltas en la cama sin poder dormir y
te preguntas cuál es el sentido de las cosas. Cada nueva pregunta, en vez de
una respuesta trae consigo más preguntas. Buscas un camino que seguir, una mano
que te guíe, una luz que te ilumine, alguien a quien pedir ayuda. Pero no
encuentras nada, sólo el vacío. Y frente a él tu mismo. Sin saber qué hacer o a
quién recurrir. Intentando encontrar dentro de ti mismo una respuesta que no
existe, una explicación a un sentimiento que desconoces y unas lágrimas que ni
siquiera sabes por qué se derraman.
Y sin saber qué camino tomar.
¿Autorrealización? Y eso, ¿qué es? ¿Quién dice que vas a sentirte más realizado
contigo mismo encontrando el éxito profesional que formando una familia? ¿Qué
es la realización personal? ¿Felicidad? ¿Quién dice que podrás ser más feliz
con un buen sueldo que al lado de la persona a la que amas? ¿Quién tiene poder
para decidir sobre los sentimientos de los demás?
Nadie dijo que la transición entre el mundo
académico y el mundo laboral fuera fácil. Pero no pensé que me perdería tanto
en el camino. Y que sería mucho más que una simple transición en ese campo. Con
sentimientos opuestos, encontrados y que se castigan unos a otros. Sin siquiera
poder identificarlos. Esperas tener un futuro, pero ¿y si no lo encuentras? O
peor, ¿y si lo encuentras pero no te corresponde?
Tan perdidos en medio de la nada. Y, al
final, te das cuenta, de que sólo tu eres la clave y la respuesta. Que el
futuro es incierto e impredecible. Que la ayuda que necesitas está dentro de ti
mismo. Y que no tienes que encontrar el camino, sino crearlo.