martes, 16 de septiembre de 2014

Y hasta 1000 veces puedo equivocarme


Dicen que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Yo creo que muchas veces tropezamos dos, tres, cuatro y hasta cinco veces con nuestro mismo error.

Dicen también que nunca se sabe lo que se tiene hasta que se pierde y, que muchas veces, no cambiamos de verdad hasta que ya hemos perdido aquello que queríamos.

Tratan de enseñarnos que no deberíamos cometer el mismo error dos veces. Y eso sólo provoca que nos volvamos más exigentes con nosotros mismos y con los demás. ¿Y qué pasa si yo me equivoco más de dos veces? ¿Y qué si yo necesito equivocarme mucho más de dos veces para poder entender y corregir mi comportamiento?

Yo me pregunto por qué, hay veces, que al ser humano nos cuesta tanto cambiar nuestra manera de actuar, incluso a pesar de ser conscientes de que estas arriesgando algo que quieres. Como si no pudieras controlarlo. Como si fuera algo tan intrínseco a tu persona que tendrías que equivocarte hasta 1000 veces para conseguir entender el motivo de tu comportamiento y poder cambiarlo. Edison se equivocó 1000 veces antes de fabricar de manera correcta una bombilla, y, cuando le preguntaron, sólo dijo que había descubierto 1000 maneras de cómo no hacer una bombilla. Supongo que es cuestión de mirarlo con relatividad.

Quizá deberíamos aceptar el hecho de que nos equivocaremos hasta 1000 veces para conseguir realizar algo de la manera en la que queremos. Cada vez que te vuelves a equivocar sólo es una forma de cómo no realizarlo. Creo que forma parte del proceso de conocerse a uno mismo. De cómo se quiere ser o de cómo no. Y de luchar por conseguirlo. Y así, no ser tan exigentes con nosotros mismos. Ni con los demás. 




Porque, al final, tardar más en conseguir lo que nos proponemos, no significa ser peor.







jueves, 11 de septiembre de 2014

Traspiés


A veces, es como si nada tuviera sentido. Ni lo que oímos, ni lo que vemos, ni lo que decimos, ni siquiera lo que pensamos. Como si nos viéramos sumidos en un mar de incertidumbre en el que todo nos desconcierta.  Sentimos que caminamos por un mundo en el que todos a nuestro alrededor nos parecen extraños. Nos sentimos incomprendidos. Las palabras suenan ajenas en nuestra boca. Porque no hacemos más que equivocarnos y todo nos sale siempre del revés. No sabemos cómo pensar, cómo actuar… ni siquiera cómo o qué sentir. Nos hacemos tantas preguntas sin respuesta. Porque todo cambia. Nada es como al principio ni terminará de la misma forma. Sólo evoluciona, aunque ni siquiera sepamos cómo.

Quisiéramos encontrar algo estable sobre lo que apoyarnos a descansar, o simplemente a evaluar y observar lo que pasa a nuestro alrededor. Como si siendo espectadores fuéramos a poder entenderlo todo mejor. Pero nunca es más divertido ser espectador de tu propia vida. Es como un frenesí continuo que no nos deja tiempo para respirar. Y nuestra mente nunca para. Como si camináramos continuamente dando traspiés. Apenas te da tiempo a levantarte y volver a erguir la vista, cuando vuelves a tropezar. Te sientes torpe, te preguntas por qué. Pero tampoco lo entiendes. Nada tiene sentido.


A veces, nos encontramos siguiendo un camino que ya no recordamos por qué lo tomamos, o si tenía sentido hacerlo. Si lo sigue teniendo. Si alguna vez lo tuvo. “Crea tu propio camino” dicen. ¿Cómo? Me pregunto yo. “Se hace camino al andar”. Y mañana… ¿tendrá sentido alguno de los pasos que di hoy?

“Loca” dicen. ¿Y qué es loco cuando nada tiene sentido? Loco para mí sería que algo lo tuviera.




Y pienso, quizás la vida sea un continuo no entender nada pero seguir avanzando. Quizá la vida, a veces, sea un continuo caminar dando traspiés. Quizá cuando nada tiene sentido es cuando hay que empezar a crear un nuevo sendero por el que caminar. Porque quizá, si no podemos encontrar el por qué,  es porque tenemos que aprender a vivir sin él.