domingo, 2 de marzo de 2014

Identidad



Fotografía: Patricia Félix Santolaria


Hay veces en la vida que nos levantamos una mañana, nos miramos al espejo y nos preguntamos quién es la persona que nos devuelve la mirada desde el otro lado. Nos preguntamos cómo hemos llegado a estar donde estamos o cómo nos hemos convertido en lo que somos. Algunas personas probablemente sabrán responder con rapidez, otras quizá ni siquiera se hagan este tipo de preguntas. Pero hay un tercer tipo de personas que, a la hora de querer responder, nos perdemos en las tinieblas del tiempo y el espacio.

De pronto, todas aquéllas cosas que te valían ya no te valen más. Ya no son un pilar fuerte sobre el que construir. Ya no quieres aquello que pensabas que querías. Porque tiene que haber algo más. La vida tiene que ser algo más que todo aquello que se espera de nosotros. Entonces todo se tambalea y buscas algo a lo que aferrarte para no caerte. Aunque quizás, la mejor opción, es dejarte caer, sumergirte en el cajón desordenado y empezar a rebuscar otra vez nuevas ideas sobre las que construir.

Es sólo entonces cuando nos damos cuenta de la volatilidad de la vida. De cómo todo puede darse la vuelta de repente. Y de cómo ni siquiera nos damos cuenta de que esto pasa hasta que nos encontramos dentro del cajón desordenado con un montón de ideas a nuestro alrededor que no sabemos cómo colocar.

 
Da miedo. Asusta terriblemente levantarte cada mañana sin saber quién eres o qué camino seguir. Asusta no saber por dónde empezar. Asusta sentirte solo y saber que nadie puede ayudarte. Asusta saber que tú eres el único capaz de encontrar el camino o la salida. Asusta darte cuenta de que quizás lo que quieres va en contra de todo aquello que se esperaba de ti. Y asusta no saber cómo enfrentarte a ello.

Pero el miedo no es malo. Solo augura un cambio. Es una señal de que se avecina algo desconocido, una nueva etapa. Puede ayudarnos a darnos cuenta de la importancia de ser independientes. De ser capaces de hacer las cosas solos. Y darnos cuenta de que no sólo podemos hacerlo solos, si no que podemos salir airosos. Y que aunque la vida sea un continuo perderse y encontrarse para volverse a perder, sabremos estar a gusto con nosotros mismos. Y sabremos darnos cuenta de que, el primer paso para poder compartir la vida con los demás, es saber compartirla con nosotros mismos.





No hay comentarios:

Publicar un comentario