jueves, 3 de noviembre de 2011

Tonta

Una proposición inesperada a altas horas de la madrugada. Me visto, cojo las llaves del coche y salgo de casa. Una pequeña nueva ilusión que se enciende como una pequeña llama capaz de iluminar la más profunda oscuridad. Esa oscuridad en la que llevaba meses sumida.

Cualquier excusa válida para salir al frío invernal esperando, de manera ilusa, un nuevo motivo que me haga recuperar la sonrisa que creía perdida.

Unas confidencias, unas risas. Miradas huidizas, palabras nunca dichas y frases inacabadas. Sentimientos contenidos.

Suena un móvil. El suyo. Y es ella. Lo sé. Sabe que lo sé. Y cual vaso lleno de agua que cae al suelo se rompen en mil pedazos todas esas ilusiones que jamás reconocí que sentía, y que ahora, simplemente, se hacen añicos contra el suelo. Y algo, muy en el fondo de mi ser, vuelve a perderse. Como cuando una ráfaga de viento apaga esa pequeña llama que iluminaba la oscuridad. Como cuando se pierde la esperanza.

Él sale por la puerta con el móvil en la mano. La vería. Pero yo no esperaría más de diez minutos. Diez minutos. Nunca volvería a dejarme manipular. Nunca. Sólo quería dejar de ser una de esas niñas estúpidas que se ilusionan demasiado antes de tiempo. Salvo que yo nunca lo reconocería.

Pasado ese tiempo, salí por la puerta. Mirando al frente, pero intentando esconder mi decepción, mi estupidez por haber caído de nuevo sin darme cuenta. Estaba claro que me había vuelto a confundir. Había creído ver lo que no era. Porque necesitaba volver a verlo. Volver a sentirlo. Lo necesitaba de una forma tan profunda como inconsciente.

Así que a las cuatro de la mañana y sin más motivos para quedarme, salí de nuevo al frío y a la oscuridad nocturna.

Y de pronto  me di cuenta  de que hay cosas que, o pasan en un determinado momento, o ya nunca más habrá oportunidad de que vuelvan a pasar. Porque el momento se pierde en las arenas de la incertidumbre. Y ya jamás puede volver a recuperarse.

Pero ahora ya no importaba, una vez más, sólo era una amiga para él. Me había vuelto a dejar engañar por una cara de niño bueno y una actitud romántica. Tenía que volver a ponerme en pie y seguir caminando. De nuevo sin ilusiones y sin sueños. Salvo por ese pequeño rayo de luz, que ilumina la oscuridad y que ni siquiera en los peores momentos se apaga. La esperanza. En el hoy. En el mañana. En mí misma.


2 comentarios:

  1. me ha gustado mucho este relato.
    y aunque sea una pena, esa situación se repite una y otra vez... a más de un@ no le vendría mal abrir los ojos de una vez.

    un beso, pichurra

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  2. Gracias melona ^_^

    A ver si me pones al día, que al final yo también voy a tener cosas que contarte, jeje

    besines!

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