martes, 8 de noviembre de 2011

A Day in the City

 
Hacia arriba, hacia abajo y volver a subir. A la izquierda, a la derecha y vuelta a empezar. Lo que creía que sería como otro día más de los múltiples vividos en la ciudad pero con una persona diferente. Y sin embargo desde el principio se tornó completamente distinto. Prometía ser una gran experiencia. Pensaba que ya no tendría mucho más que descubrir en la ciudad. Pero como siempre, ella te sorprende, te muestra cosas nuevas, no te deja aburrirte ni un segundo y te cansa hasta la extenuación sin que apenas te des cuenta. 

Que el tiempo se pase tan deprisa, que los minutos vuelen y las horas corran. Algo que no me ocurría desde hacía… ni siquiera lo sabía. No recordaba la última vez que el tiempo se me había pasado tan deprisa.

Alcanzamos el autobús por los pelos cuando un pequeño sentimiento de decepción había comenzado a invadirme porque mi compañero de viaje no aparecía. Pero cuando  finalmente llegó con el corazón en la boca y pidiendo perdón explicándome su tardanza me dio motivos para poder reírme de él durante todo el día.

Una hora y media de trayecto que son ya tan habituales y que sin embargo se hicieron inusualmente cortas. La ONU y el caos  de Grand Central Station con sus intermitentes viajeros y su gente moviéndose de un lado para otro segura de su próximo destino mientras nosotros andamos sin rumbo fijo. Caminar y caminar. 

Una cerveza en un pub irlandés mientras intento entender el fútbol americano. El Farmers Market de Union Square donde encontrar algo de comida un poco más sana en éste país hogar de las hamburguesas y los perritos calientes. Una hora al sol en Washington Square donde jóvenes solitarias esperan una ilusión mientras escuchan al hombre del piano. Familias pasean y escuchan al hombre de la guitarra y nosotros, sentados, simplemente observamos, como los narradores de una historia. Imaginando vidas tan normales como inusuales de cada persona que pasa. Anécdotas, confidencias, risas. 

Y Barnes and Noble. Una de esas típicas famosas librerías americanas con cafetería en el interior donde puedes pasarte horas y horas mirando libros y CDs por todos los rincones sin ser consciente del tiempo que pasa entre sus paredes. Nuestras miradas se topan con la sección de libros en español y como niños curiosos repasamos cada libro. Hasta que lo encuentra. Aquel del que me había hablado y sin poder evitarlo me obliga a leer un párrafo. Suficiente para que quiera tener ese libro entre mis manos de principio a fin. Lo cogemos y seguimos nuestro camino.

Entrar y salir de múltiples tiendas buscando un pequeño complemento, y una excusa para movernos de un lado a otro de la ciudad. Una rápida visita al Hard Rock nos permite un paseo por las grandes estrellas de la música americana. Hasta que al girar en una esquina aparecemos en el Lincoln Center. La noche se nos había echado encima y comenzaban a iluminar cada rincón de la ciudad. Por algún motivo que no alcanzo a comprender, era un lugar nuevo para mí. De todas las veces que había estado en Manhattan, ninguna de ellas había pasado por ese centro de la cultura neoyorkina. Una fuente que hace el efecto de caminar encima del agua y una tranquilidad extraña pero apacible para encontrarse en medio de una ciudad que nunca duerme. Gente elegante esperando para entrar al ballet. Y yo, simplemente, deseando ser uno de ellos. 

Continuamos nuestro camino intentando calcular cuantos años nos quedan hasta que podamos permitirnos uno de esos restaurantes cuyas cartas estudiamos en nuestro regreso a la estación de autobuses. Hasta que encontramos uno que ofrece Ostras a 1$. Una cosa más que nunca había visto en la ciudad, y que, ni siquiera había probado en toda mi vida. Con nuestro bolsillo de estudiante y nuestra mirada de inocente curiosidad me convence para que entremos y pueda probarlo. Es posible que la camarera odiara la política de “el cliente tiene la razón” predominante en este país por hacerle perder su tiempo gastándonos apenas 5 dólares. Pero mereció la pena. Como tantas nuevas experiencias vividas en una ciudad que siempre es capaz de sorprenderte.

Sentirse un extraño al mismo tiempo que ser consciente de uno mismo más que nunca antes en la tremenda jungla de esa ciudad misteriosa y salvaje. Con ganas de aprender, de probar, de reír, de jugar… Con ganas de vivir. Para poder seguir descubriendo los innumerables e inesperados secretos de la ciudad… y de la propia vida.



No hay comentarios:

Publicar un comentario