¿Y quién se acuerda de sus 15 años? De cuando
aún podíamos evitar la realidad y vivir en la inocencia de la niñez que estaba
a punto de abandonarnos para siempre.
De cuando aún no éramos realmente conscientes
del mundo hostil que nos esperaba ahí fuera. De cuando aún podíamos creer que
el amor y la amistad salvarían el mundo. De cuando la fidelidad y la honestidad
eran los valores clave, y aún teníamos un pequeño pepito grillo dentro de
nuestra conciencia que nos hacía sentirnos mal si soltábamos una pequeña mentirijilla.
Porque aún teníamos conciencia.
Nuestras mayores preocupaciones eran los
deberes del día siguiente, que la profesora de turno no nos preguntara a
nosotros y qué plan tendríamos el viernes. Te pasabas horas al teléfono con tus
mejores amigas a las que acababas de ver apenas un par de horas antes en el
colegio. Criticábamos a los populares y nos divertíamos poniendo motes a los
profesores.
Nos enfadábamos si nos traicionaba un amigo.
Pero conocíamos el valor el perdón, y no podíamos permanecer mucho tiempo
enfadados. Odiábamos inocentemente a
todo aquel del que estábamos celoso. Nos peleábamos con nuestros padres para
que nos dejaran acostarnos más tarde y quedarnos viendo la serie de moda que se
comentaría al día siguiente en clase.
Crecimos con los valores de las películas
Disney, que enseñaban lecciones de moral y te demostraban que la amistad, el
amor y la familia eran más importantes en la vida que un buen puesto de trabajo
o el dinero.
Esperábamos a nuestro príncipe azul. Y creíamos firmemente que aparecería en un
caballo blanco para llevarnos a su reino y convertirnos en su princesa.
Lucharía por nosotras hasta el final. Se daría cuenta de sus errores y tendría
algún gesto terriblemente romántico que le permitiría recuperarnos. El chico que nunca te miraba se daría cuenta
de que estabas ahí y de que tú eras su alma gemela. Y se opondría a todo el
mundo por conseguirte.
Pero poco a poco crecemos. Empezamos a contar
a los amigos con la palma de una mano. Empezamos a luchar por conseguir un buen
puesto de trabajo y mucho dinero dejando por el camino a los amigos, a la
amista e incluso al amor. Por el miedo a arrepentirnos.
Y, finalmente, nos damos cuenta de que
nuestro príncipe azul no vendrá a por
nosotras, no aparecerá en un caballo blanco y no nos convertirá en su princesa.
Nosotras tendremos que buscarlo y no será ningún príncipe. El chico de al lado
nunca se volverá a mirarte. Pasará el tiempo sin que se de cuenta de que estás
ahí. Y no se opondrá a todo el mundo para conseguirte.
Porque crecemos de ilusiones y vivimos para
romperlas.
Es una verdadera lástima. Un día te das cuenta de que todo es mentira y tienes que conformarte con lo que hay en el planeta tierra o descartar por completo la vida en pareja además de aprender a vivir con un estrés contínuo que sabes que, desde ese instante, jamás se disipará
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