sábado, 7 de enero de 2012

Vuelta a Casa


El contacto de tu mano al tocar la mía me devuelve a la realidad. Es la primera vez que te atreves a caminar conmigo de la mano. Pensé que nunca lo harías y no puedo evitar sonreírte. Algo dentro de mi volvió a iluminarse desde que apareciste. Había perdido el brillo de mis ojos, mi sonrisa, mi ilusión. Y llegaste tú.


Un concurso de dubstep, un desfile de moda, un partido de baloncesto. Sentirnos intrusos entre la fauna salvaje que parecía haber salido de Queens o el Bronx. Unas partidas de ping pong, noches en vela. Perdida en un mar de incertidumbre sin saber diferenciar lo que quería. Confundiéndome a mi misma e intentado convencerme de cosas que sólo en lo más profundo de mi ser sé que no quiero, que no existen.


Un día en la ciudad, una noche en el ballet. Dejarme seducir por la magia de la música, sentirme protagonista de mi propio cuento de hadas sumergiéndome en los rítmicos movimientos de unas bailarinas que parecen muñecas de porcelana. Y que un escalofrío recorra todo mi cuerpo y me ponga la piel de gallina cada vez que comienza una nueva canción, un nuevo baile. Maravillarme del arte. Y negarme a mí misma la obviedad de lo que me está pasando. Pero dejarme llevar. 


Y poco a poco volver a recuperar mi sonrisa. Volver a recuperar esas inevitables ilusiones que esperas que no caigan en saco roto. Intentar evitar que esas ilusiones florezcan convenciéndome de que así es mejor, cuando en realidad ya es tarde, porque aunque intente convencerme de lo contrario esas ilusiones ya me han invadido. 


Sin soltarme la mano, me llevas, y dejo que me guíes. No sé a dónde me llevas, pero no me importa. Sólo sé que, a pesar de que no sé cuánto tiempo querrás seguir guiándome, dejaré que me lleves. Y darme cuenta del sentimiento que me ha ido invadiendo. Que poco a poco se ha filtrado en mi interior sin darme cuenta al igual que el agua se filtra en al arena. Es la alegría de la presencia y la nostalgia de la ausencia. Es la angustia de la espera. Es la impaciencia y la desesperación. Pero también la confianza y la tranquilidad. Es sentirme vulnerable, frágil. Y al mismo tiempo fuerte, ilusionada, protegida. Que el tiempo no importe, que no exista. Las ganas inexplicables de llorar.


Pensé que todo sería un sueño. Que volvería a casa y desparecerías. Me despierto. El sol de la mañana entra por las rendijas de las persianas arañando los últimos resquicios que quedan de mi esperanza. Me doy la vuelta y te veo, dormido a mi lado. Estás aquí. Inconsciente de todo lo que pasa por mi mente, por mi corazón. Ahora me acuerdo. Tú, llevándome de la mano, me has traído a casa. No has dejado que mis ilusiones se rompieran. Y no puedo evitar sonreír. Porque la angustia, el dolor y las inseguridades pueden desaparecer con una sonrisa, una caricia, una mirada… con dos palabras que suenan sinceras.


Es invierno y fuera hace frío. Pero yo me siento como en un día cálido de primavera. Donde el ayer y el mañana parecen no existir. Donde el ayer y el mañana se pierden en las arenas del tiempo y se confunden con el hoy.


1 comentario:

  1. ¡Bravo, Patri!
    Me gusta mucho cómo escribes, le pones corazón.

    Sigue así, preciosa.

    Un beso te tu prima.

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