miércoles, 11 de mayo de 2011

Esperanza


¿Cómo podemos saber si nos hemos equivocado? ¿Si hemos tomado la decisión correcta? ¿Si nos arrepentimos o no?

La respuesta es fácil: No, nunca lo sabrás. Jamás podrás averiguar qué es lo que  hubiera pasado si no lo hubieses hecho. Pero a pesar de todo, sabes, tienes la certeza de que es mejor arrepentirse de haberlo hecho que preguntarte durante toda la vida “¿qué habría pasado si…?”

A veces las cosas llegan tarde. A veces es necesario sufrir para madurar. Parece que el dolor es lo único que nos hace crecer. Porque sólo gracias a ese dolor descubrimos cosas sobre nosotros mismos y sobre la vida que no habríamos podido aprender de ninguna otra manera.

A veces el destino está escrito. Porque a veces la decisión dolorosa es la única que te permite seguir creciendo. Es la única que te lleva a escuchar esas palabras que te devolverán la calma y la paz que creíais perdidas. Unas palabras que te devolverán la conciencia sobre lo que solías ser. Y que te recordarán tus principios. Tus bases. Tu carácter. Aquello sobre lo que puedes volver a construir.

Pero, ¿de verdad era la única manera? Probablemente sí. ¿No era posible escuchar esas mismas palabras hace dos meses? Probablemente no.

A veces el sufrimiento y el dolor son lo único que te mueve a seguir adelante. Y a mantener una esperanza ciega en un futuro incierto. Una esperanza ciega en que, en algún momento, ocurrirá algo que te devolverá la sonrisa.

Y del más profundo dolor surge la más pura esperanza… 

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