El sol de la mañana se cuela entre las cortinas acariciando mi piel. Él, de espaldas, mira por la ventana. Cada parpadeo trae los recuerdos de la noche pasada. Unas amigas, unas risas, unas cervezas. Un bar del que apenas recordaré el nombre. Miradas tímidas, caricias inesperadas.

El agua de la ducha recorre cada rincón de mi cuerpo que, hace un momento, él acariciaba. Salimos a la calle y me acompaña a la estación. Sentimientos encontrados y palabras que nunca serán pronunciadas. El sol hace relucir los infinitos colores de los árboles. Uno de esos días que los americanos llaman “Indian Summer”. Un día de primavera que se cuela en el otoño acompañando a una aventura veinteañera.
Una despedida. La última mirada, la última caricia. La certeza del adiós. Un adiós que trae consigo la sensación embriagadora de algo que sólo puede vivirse en el Otoño de Nueva York. Donde la magia cobra vida y el amor dura una noche.
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