Parece que finalmente de verdad es hora de volver a estudiar y a ser responsable. Este viaje a Boston ha sido el punto final de nuestro “Winter Break”. Fantástico mes de vacaciones que es una de las escasas cosas que se pueden agradecer al sistema educativo estadounidense.
Lo cierto es que han sido tres días bastante tranquilos. Si no tenemos en cuenta el trayecto de New Paltz a Boston.
Después de que el autobús que debía llevarnos a NYC nos dejara tirados en la carretera por primera vez desde que estoy aquí, durante más de una hora, y de que llegáramos a la ciudad bastante más tarde de lo que teníamos pensado, nos equivocamos de parada de metro. Cuando por fin acertamos y salimos del subterráneo, aparecimos en la zona más baja, oscura y vacía de Chinatown. Después de un par de vagas explicaciones de un personaje muy propio del barrio, compramos un billete, y nos subimos en un autobús que de puro sucio no se leía el logo de la compañía. En el reposabrazos de cada asiento unas cuantas bolsas de plástico nos hicieron intuir cuán tranquilo sería el viaje. El baño con un olor nauseabundo indescriptible y unas ventanas con los cristales negros. Cuál sería nuestra sorpresa cuando nuestro amigo frikieconomista hace el gran descubrimiento del wifi en el autobús. Claro que lo que más asombrados nos dejó fue llegar vivos a nuestro destino cuando un viaje programado para durar entre cuatro y cinco horas, nuestro conductor chino camicace lo realizó en tres horas y veinte minutos, si bien es cierto que dudamos de la integridad del autobús en unas cuantas ocasiones y más de una vez pensamos que se derrumbaría como un si de un juguete de lego se tratase. Eso sin contar que la noche anterior había caído una gran tormenta y la seguridad de las carreteras debido a la nieve y el hielo estaba por verificarse.
Definitivamente fue una experiencia que sólo puede calificarse con la palabra que últimamente empleamos para definir todo lo raro, desconocido, oscuro y que carece de explicación: turbia.
Una vez llegamos y comprobamos que seguíamos de una pieza tuvimos que darnos una buena carrera para llegar al último metro. Agotados, pero enteros, conseguimos llegar a nuestro destino. Los días siguientes fueron definitivamente más tranquilos dado que nos dedicamos a visitar Boston.

Había oído decir que Boston es una de las ciudades más europeas de EEUU… Es totalmente cierto. Con calles más estrechas de lo que suele ser normal en USA, edificios de estilo colonial, incluso aceras de piedra en algunas zonas, lo cual lo convierte una ciudad con un aire romántico y casi mágico. En la zona del puerto cuando cae el sol y se encienden las luces es muy fácil imaginar a cualquier pareja paseando de la mano. En el barrio de Beacon Hill parece que viajas al siglo pasado: casas elegantes de piedra, farolas de estilo antiguo, calles estrechas… Un lugar para perderse y perder la imaginación. Claro que no faltaron momentos divertidos en los que nos tiramos en las mantas de nieve tan pulcra y perfecta para jugar con ella como si volviésemos a tener diez años otra vez.
Gente nueva y gente conocida. Caminar hasta que los pies casi andan solos. Dormir poco y comer peor. Pero a cambio, la experiencia de conocer y la oportunidad de descubrir cada recoveco y cada pequeña historia que puede tener una nueva ciudad que se presenta ante tus ojos.
Ahora en el autobús de vuelta hacia New York City parece mentira que de verdad tengamos que volver a la rutina. Pero como bien sabemos, todo llega y todo se pasa. Mañana volverá a salir el sol, nacerá un nuevo día y quién sabe si nos deparará algo nuevo o sorprendente…
Patricia Felix Santolaria