No entiendo por qué los seres
humanos tenemos esa extraña costumbre de complicarnos la vida y de hacer las
cosas siempre mucho más difíciles de lo que son en realidad. Tenemos esa
especie de necesidad de asegurarnos siempre al cien por cien de que estamos tomando
las decisiones correctas antes de tomarlas. Para no equivocarnos, para no
perder el tiempo equivocándonos. O eso nos decimos a nosotros mismos.
Acumulamos en nuestras casas
libros que nunca volvemos a leer, fotos que nunca volvemos a mirar, recuerdos a
los que nunca les volvemos a prestar atención. Tenemos las casas llenas de “y
si…” y “por si…” que cuando luego necesitamos nunca recordamos que los
habíamos guardado. Así que acabamos teniendo casas llenas de cosas inútiles,
pero, a veces, vacías de vida…
Tardamos semanas, meses, años…
en tomar decisiones que en el fondo sabemos que podemos tomar en unos días.
Porque nunca estamos seguros, porque siempre necesitamos más certezas, más
indicios de que estamos haciendo lo correcto… Porque no queremos equivocarnos
y/o perder el tiempo.
Pero no nos damos cuenta, de
que, mientras tanto, la vida se pasa. Y que en la vida las cosas vienen como
vienen y hay que tomarlas así, y adaptarse a lo que nos va tocando. De que en
el tiempo que tardamos en tomar una decisión, podríamos habernos equivocado ya
tres veces y haber encontrado el camino correcto aprendiendo de nuestros
errores. O haber tomado la decisión correcta confiando en nuestro instinto y
haber empezado a disfrutarlo mucho antes. Pero no queremos equivocarnos. Porque
cuando nos equivocamos, sufrimos. Y queremos ahorrarnos el sufrimiento.
¿Y no sería más fácil aceptar
que el sufrimiento es un sentimiento intrínseco a la naturaleza humana? Aceptar que todos nos vamos a equivocar.
Cientos de veces. Y probablemente en las mismas cosas. Y que las personas a
nuestro alrededor también lo harán. Aceptar que, a veces, tenemos que perder
cosas realmente importantes para aprender una gran lección. Aceptar que nos equivocaremos
con nuestras decisiones. Pero que tomarlas es la única manera de seguir la
vida, de aprovecharla y de disfrutarla. Porque lo contrario sólo te paraliza.
Aceptar… la vida como es. Y a las personas tal cual son. Entender que quien
está a tu lado te dará lo mejor y lo peor de ella misma. Pero, que si está a tu
lado, es porque también acepta lo mejor y lo peor de ti.
Y entonces, empezar a tomar
decisiones, a equivocarnos, a deshacernos de todos esos “y si…” y “por si…”
que, seamos sinceros, luego nunca necesitamos. Y empezar a querer a las
personas que nos rodean por lo que son, no por lo que nosotros queremos que
sean. Y, simplemente… vivir.
Brutal Patri! Bravo por la genial reflexion.
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