Hace tiempo que
vengo recordando, y quizás, echando de menos, todas aquellas noches sobre las
que siempre hay algo que contar. Todas aquellas noches que apenas se recuerdan
al día siguiente pero que son siempre tema de conversación en la mesa del desayuno.
Sí, esas. Todas esas
noches. Esas en las que dices “Hoy no salgo” pero te convencen (o te dejas
convencer) para salir. Las de “Hoy vuelvo pronto” pero apareces con los zapatos
en la mano a las 6 de la mañana. Esas en las que te habías propuesto madrugar
para ir a la Biblio pero pierdes todo el día recuperándote de la juerga porque…
aún queda el Domingo.
Esas noches que
crees que serán las más sencillas o aburridas. Esas que sabes dónde empiezas
pero no dónde terminas. Esas que acaban siendo las mejores. Todas esas aquéllas
noches en las que siempre sabías a dónde ir si querías encontrarte con todo el
mundo.
Las noches de salir
los martes, las de Tower Hour los jueves, las de Happy Hour los viernes. Las de
beber cerveza verde el día de St. Patrick y disfrazarse de Súper Ñ por
Halloween. Las de acabar bailando encima de la mesa, las de “yo nunca” y las de
reírse por todo. Las de conseguir los
hielos en Hasbrouck para las copas y comprar la garrafa de tres litros de vino
para el calimocho. Las de hacer pre-game en la suite de Marcello y Miguel, que
llame la policía a la puerta y correr a escondernos en los armarios. Las de
cantar “física o química” y caminar de noche por el lago helado. Las de los
rincones oscuros en Cabaloosa y P&G’s. Las noches con las listas de
reproducción llenas de temazos.
Por todas aquéllas
noches.
Por todos vosotros.
Por nuestra
international family.