miércoles, 30 de enero de 2013

Porque, a veces, da miedo...



Cuando nos enfrentamos a grandes cambios en la vida siempre surgen un montón de dudas y afloran un buen puñado de miedos que ni siquiera sabíamos que teníamos. Sobre todo, si tenemos que enfrentarnos a ese gran cambio solos. Es en estas ocasiones cuando se vienen a nuestra mente todos estos típicos de “con lo a gusto que iba a estar yo si…” o “quien me mandaría a mi meterme en esto…”

Es fácil empezar a preguntarse si de verdad es eso lo que queríamos. Si no hubiera sido más sencillo quedarnos donde estábamos y tener más tiempo para otras cosas, en vez de tener que quedar a la altura de las expectativas que la gente a tu alrededor espera de ti... Si no hubiéramos sido más felices con la opción más fácil. Y entonces, nos damos cuenta, de que la opción más fácil no es la solución. Nunca lo ha sido. Porque no nos habríamos conformado con ella. Pero no por ello dejamos de sentir miedo a los grandes cambios.

No es extraño preguntarse si lo que pasa es que nos hemos vuelto unos cobardes. Si preferimos echarnos atrás por miedo en el último momento y olvidarlo todo y seguir con nuestra vida de siempre. Salir corriendo y refugiarnos en los brazos de quien nos quiere.  Pero, de nuevo, esa tampoco es la solución. Y nunca lo ha sido. Porque hay que aprender a superar los miedos, y, aun a riesgo de repetir lo que siempre se dice, ésta es la única manera: enfrentarse a ellos. Hacernos creer a nosotros mismos que somos más valientes de lo que realmente somos en un vano intento de tranquilizarnos.

Y la gente a tu alrededor sólo te dice que todo irá bien. Pero no por ello te sentirás mejor, ni más tranquilo ni te volverás más valiente. Así que, supongo, que lo único que queda por hacer es ir dando un paso detrás de otro, poco a poco. Esperando que las decisiones que tomes sean las correctas. A pesar de que desconoces por completo las consecuencias de cada uno de esos pasos.