lunes, 31 de enero de 2011

Boston

Parece que finalmente de verdad es hora de volver a estudiar y a ser responsable. Este viaje a Boston ha sido el punto final de nuestro “Winter Break”. Fantástico mes de vacaciones que es una de las escasas cosas que se pueden agradecer al sistema educativo estadounidense.

Lo cierto es que han sido tres días bastante tranquilos. Si no tenemos en cuenta el trayecto de New Paltz a Boston.

Después de que el autobús que debía llevarnos a NYC nos dejara tirados en la carretera por primera vez desde que estoy aquí, durante más de una hora, y de que llegáramos a la ciudad bastante más tarde de lo que teníamos pensado, nos equivocamos de parada de metro. Cuando por fin acertamos y salimos del subterráneo, aparecimos en la zona más baja, oscura y vacía de Chinatown. Después de un par de vagas explicaciones de un personaje muy propio del barrio, compramos un billete, y nos subimos en un autobús que de puro sucio no se leía el logo de la compañía. En el reposabrazos de cada asiento unas cuantas bolsas de plástico nos hicieron intuir cuán tranquilo sería el viaje. El baño con un olor nauseabundo indescriptible y unas ventanas con los cristales negros. Cuál sería nuestra sorpresa cuando nuestro amigo frikieconomista hace el gran descubrimiento del wifi en el autobús. Claro que lo que más asombrados nos dejó fue llegar vivos a nuestro destino cuando un viaje programado para durar entre cuatro y cinco horas, nuestro conductor chino camicace lo realizó en tres horas y veinte minutos, si bien es cierto que dudamos de la integridad del autobús en unas cuantas ocasiones y más de una vez pensamos que se derrumbaría como un si de un juguete de lego se tratase. Eso sin contar que la noche anterior había caído una gran tormenta y la seguridad de las carreteras debido a la nieve y el hielo estaba por verificarse.

Definitivamente fue una experiencia que sólo puede calificarse con la palabra que últimamente empleamos para definir todo lo raro, desconocido, oscuro y que carece de explicación: turbia.

Una vez llegamos y comprobamos que seguíamos de una pieza tuvimos que darnos una buena carrera para llegar al último metro. Agotados, pero enteros, conseguimos llegar a nuestro destino. Los días siguientes fueron definitivamente más tranquilos dado que nos dedicamos a visitar Boston.

Recorrer los campus de Harvard y el MIT te hace sentir completamente fuera de lugar al lado de todos los presentes y futuros grandes cerebros que por allí se mueven. Asistimos a una actuación cómica de unos estudiantes del MIT. Que unas personas a las que se suele tachar de NERDS por su inteligencia además tengan esa facilidad para el humor te hace darte cuenta de lo increíblemente sencillos y casi predecibles que podemos ser el resto de los mortales.

Había oído decir que Boston es una de las ciudades más europeas de EEUU… Es totalmente cierto. Con calles más estrechas de lo que suele ser normal en USA, edificios de estilo colonial, incluso aceras de piedra en algunas zonas, lo cual lo convierte una ciudad con un aire romántico y casi mágico. En la zona del puerto cuando cae el sol y se encienden las luces es muy fácil imaginar a cualquier pareja paseando de la mano. En el barrio de Beacon Hill parece que viajas al siglo pasado: casas elegantes de piedra, farolas de estilo antiguo, calles estrechas… Un lugar para perderse y perder la imaginación. Claro que no faltaron momentos divertidos en los que nos tiramos en las mantas de nieve tan pulcra y perfecta para jugar con ella como si volviésemos a tener diez años otra vez.

Gente nueva y gente conocida. Caminar hasta que los pies casi andan solos. Dormir poco y comer peor. Pero a cambio, la experiencia de conocer y la oportunidad de descubrir cada recoveco y cada pequeña historia que puede tener una nueva ciudad que se presenta ante tus ojos.

Ahora en el autobús de vuelta hacia New York City parece mentira que de verdad tengamos que volver a la rutina. Pero como bien sabemos, todo llega y todo se pasa. Mañana volverá a salir el sol, nacerá un nuevo día y quién sabe si nos deparará algo nuevo o sorprendente…

Patricia Felix Santolaria

lunes, 24 de enero de 2011

Madrid


Hoy, hace apenas un par de días que he vuelto a  la Universidad. Empiezo a echarlo todo de menos y me he acordado de un texto que escribí en Noviembre y que ahora quisiera compartir con vosotros. Aquí os lo dejo.
17 Noviembre 2010

Hace ya lo menos tres meses que no he vuelto a pasar por el abarrotado transbordo de avenida de América del que tanto solía quejarme cuando tenía que recorrerlo dos veces al día, todos los días. Transbordo que podía hacer con los ojos cerrados. Ahora, si cierro los ojos, puedo seguir con la mente dicho recorrido, sentir el barullo de la gente, el ambiente, el olor a cerrado y a subterráneo. Ese olor a polvo extraño que te hace sentir que necesitas salir a la calle para volver a respirar aire puro. Un aire, que, en pleno centro de Madrid, poco tendría de puro.

Ahora, sentada en la que desde hace tres meses es mi mesa de estudio, puedo observar el mapa del metro de Madrid que tengo pegado en la pared y recordar esos momentos. Y lo diferentes que son al estilo de vida que se lleva aquí. En medio de la nada, entre las montañas. Aire puro y a una hora y media de Nueva York.

Recuerdo la primera vez que fui sola a Nueva York. Me sentía libre, dueña de mí misma, de mis actos, de mi vida. Algo que nunca antes había sentido. Estar tan rodeada de lugares y personas desconocidas y, sin embargo, tener una conciencia sobre mí misma que nunca antes había tenido. Sentirme yo misma más que nunca antes y más que en cualquier otra parte en la que hubiese estado antes. Una de esas sensaciones embriagadoras que te dan ganas de llorar.

Hoy hace exactamente tres meses y dos días que me bajé del avión. Es una sensación extraña estar en la ciudad de tus sueños y al mismo tiempo saber que no volverás a ver la ciudad que es tu hogar hasta cuatro meses después.

Llevaba exactamente 20 años viviendo en Madrid. Es decir, toda mi vida. Nunca antes había salido de mi casa para pasar tanto tiempo fuera. Madrid se ha convertido en una ciudad que ahora forma parte de mí. Pero sólo en la distancia he podido darme cuenta de eso. Su gente, sus calles, sus luces de noche. Sus días calurosos de verano y los fríos de invierno. La nieve y el sol abrasador. El metro de siempre, el tren de siempre, el mismo recorrido de siempre. La misma gente de siempre.

Ahora, a ocho mil kilómetros de distancia, puedo cerrar los ojos y sentir la ciudad. Las calles por las que solía pasear, los bares a los que solía ir, las cafeterías que solía visitar… cosas de las que solía quejarme, y que ahora añoro. Es como si hubiese creado una imagen perfecta de todo eso.

Pero sí hay algo que tiene Madrid, que esta ciudad no tiene. Madrid huele a antiguo, a historia. A los metros abarrotados y a los conductores de autobús camicaces. A bohemios leyendo en un parque, a amigos cantando y tocando la guitarra, a enamorados cogidos de la mano, a besos robados en una esquina escondida. A amaneceres en una discoteca y atardeceres en la Plaza de Oriente. Madrid huele a tráfico, a gente, a vida. Huele a arte y a ciencia. A la gente desconocida que te cruzas a diario y a aquéllos conocidos que te encuentras por accidente. A la vida universitaria y a los ancianos paseando por El Retiro. Huele a realidad y dolor. Pero también a misterio, magia y alegría. A jaula y a ansias de libertad. A las historias que conocemos y las que se quedarán siempre escondidas entre sus calles.

Madrid… Madrid huele a todo aquello que una mente intrépida quiera imaginar.

Patricia Felix Santolaria

martes, 18 de enero de 2011

Introducción

Tras muchas divagaciones, por fin he decidido abrir un blog.

Normalmente cuando escribo algo suelo dejarlo guardado y no volver a leerlo hasta mucho tiempo después. Es sólo entonces cuando me doy cuenta de algunos errores y aparece esa sensación de que realmente lo que he escrito no es bueno. Por eso, no pretendo simular que tengo calidad artística, realmente no creo tenerla, tan sólo quiero compartir con todos aquéllos que quieran leerme opiniones, experiencias, aprendizajes, recuerdos o sentimientos. No sé con qué regularidad escribiré y subiré mis escritos. Tan sólo es un pequeño experimento que no sé si saldrá bien. Espero no dejarlo abandonado por pereza al poco tiempo de abrirlo. Pero tampoco puedo prometer que vaya a escribir a menudo.

He pasado cuatro meses lejos de mi hogar. A 8000 kilómetros de mi familia, de mis amigos, y de mi pareja. Después de unas cuantas experiencias y aprendizajes, momentos buenos y malos, una pequeña mejora en el nivel de inglés, de haber dormido en el motel de carretera más mugroso o en un apartamento de lujo en Times Square, y después de un mes de vacaciones de vuelta en casa he decidido abrir un blog para compartir con todos aquéllos a quienes interese todo lo que escriba durante mi experiencia los tres próximos semestres en EEUU.